En la colonia El Polvorín, ubicada más allá de La Cofradía, antes de la súper carretera, la vida diaria es una constante lucha por la supervivencia. Sin acceso a servicios básicos como agua potable, electricidad, drenaje ni seguridad, más de 200 familias viven en condiciones de abandono, mientras las autoridades gubernamentales siguen sin ofrecer soluciones concretas.
Rosa Elia Martínez, vecina de la zona, relata con desesperación el panorama que enfrentan día a día: “Le estamos solicitando al Gobernador una vivienda digna porque los terrenos en que estamos habitando no están legalizados. No tenemos escrituras, no tenemos seguridad, ni agua, ni luz, ni drenaje. Vivimos solo de la mano de Dios.”
A pesar de haber gestionado en múltiples ocasiones la regularización de los predios, los trámites permanecen estancados. Según Martínez, incluso autoridades estatales han visitado la comunidad durante campañas electorales, pero una vez obtenidos los votos, desaparecen dejando a la población a su suerte.
El abandono institucional ha generado una economía informal que explota la necesidad de los pobladores. “El agua depende de quién la venda. Hay quienes la ofrecen entre 30 y 100 pesos el tambor, según su antojo”, explica Rosa Elia. Personas externas aprovechan la escasez para ingresar al asentamiento y lucrar con la venta de agua, elevando los precios a niveles impagables para muchos.
La inseguridad es otro de los flagelos que azota a El Polvorín. La falta de vigilancia ha permitido la entrada de delincuentes. Rosa Elia recuerda el reciente episodio en que “cinco marihuanos con cuchillas andaban causando desmanes por las calles, saqueando casas”. A pesar de los reportes, la policía nunca acudió.
El Polvorín alguna vez llegó a albergar a cerca de 500 familias, pero el clima de violencia, inseguridad y carencias ha obligado a muchos a abandonar sus hogares. Hoy, quienes permanecen siguen esperando que las autoridades cumplan su palabra y les otorguen el derecho básico a una vivienda digna y servicios esenciales.
“Así como nosotros necesitamos de ellos, ellos necesitan de nosotros como pueblo”, concluye Rosa Elia con resignación, pero también con la esperanza de ser escuchados.
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