Las puertas conducen a un lugar extraordinario, no hay palabras que definan un pasaje tan bonito, lleno de alegría, misticismo y música. Los acordes de la canción apenas comenzaban: presentes movían los pies a un ritmo perfecto. Esto apenas comienza, naturaleza y alma conviven con los latidos de tu corazón.

Hombres y mujeres de todas las edades se sientan en los alrededores de la plaza, los niños juegan a lanzarse la pelota, también, disfrutan darle de comer a las palomas que acechan el lugar. Mientras tanto, las parejas de novios aprovechan la vista de la catedral, se toman de la mano y se juran amor eterno.

Quién abrirá las puertas del Palacio Municipal, el hombre tiene horas esperando a una persona, da muchas vueltas y desesperado pide auxilio. Durante ese tiempo los vendedores de "raspas" y elotes hacen la vendimia en los alrededores de la hermosa plaza principal, la gente observa y mira al chico raro que lleva horas esperando a alguien. Un hombre de talla mediana, rostro cansado, que acompaña con barba pronunciada, cabello canoso y botas descuidadas se acerca al hombre perdido, lo mira a los ojos y con gran devoción le dice:

– Disculpe.

– Sí, dígame.

– ¿Cuándo sonaran las campanas de la catedral?

– No entiendo, ¿A qué se refiere, señor?

– Me gustaría escuchar las campanas, pero no sé cuándo se pueden escuchar. ¿No sabes?. Dice la gente del pueblo que emite un sonido hermoso.

– Ah, no sabría decirle, yo no soy de aquí. Lo siento.

En el pasillo principal del centro los vendedores de productos típicos de la zona y otra mercancía gritaban: “¡Pásele! ¡Pásele! El andar de los ciudadanos no se detiene, aquí la vida se explica con comercio y raspas. La radiación del sol hace estragos en los habitantes.

Un señor de playera azul y pantalón negro, baja de una camioneta blanca descuidada un par de paquetes de periódicos del 'Pulso Ciudadano’, el periódico más leído de la zona. En el lugar ya lo esperaban dos personas en bicicleta para repartir el periódico, el cantar de los pájaros de la zona amenizaban la sinfonía.

Al entrar a una tienda para comprar un cepillo dental, una de las personas con atuendo juvenil, pantalón negro, y blusa blanca, que acompaña un letrero que se podía leer: “Brenda, vendedora” —se acerca y me pregunta: “¿Cómo puedo ayudarlo?”. Le menciono lo que necesito y muy amable me lleva al estante que buscaba, le doy las gracias y me retiro del lugar. Miro el puto reloj y exclamo: ¡Mierda!.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac…

Las manecillas del reloj seguían su marcha y la gente con un ritmo lento caminaba por uno de los lugares emblemáticos, el hombre siguió esperando– no sabía a quién, pero él persistió. Muy pronto, quizás, visitaré el centro y tú estarás sentada en las bancas de la Parroquia Santa Catarina de Alejandría. A lo lejos una hermosa melodía comenzó a sonar, el sonido lo emitían unos altavoces en la parte alta de la catedral. El hombre de edad avanzada tenía razón.

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