Nuestra estabilidad emocional está sido dañada por el coronavirus. Oleadas de ansiedad, miedo, depresión, ira y consternación nos invaden cotidianamente. Ante la amenaza de contagio miles han perdido la serenidad y el instinto de conservación ha encendido las alarmas de nuestro aparato psíquico.

A seis meses de la aparición de la enfermedad en la ciudad de Wuhan, en la República Popular China, los mexicanos apenas empezamos a comprobar lo letal que puede ser el virus.

Cuando aquel jueves 27 de febrero se dio a conocer el primer caso de un infectado en la Ciudad de México y luego cuando ocurrió el primer fallecimiento el 18 de marzo, nuestra salud mental empezó gradualmente a deteriorarse.

Al principio no atemorizó a los mexicanos la peste que azotaba a los chinos, italianos y españoles. Percibíamos tan distante el peligro que nos tenía sin cuidado un posible contagio. Pero luego de enterarnos poco a poco de los detalles de la catástrofe empezamos a sentir miedo e incertidumbre. Nuestro recelo se incrementó cuando supimos que el COVID-19 estaba provocando grandes males a nuestro vecino, los Estado Unidos, (al día 2 de mayo la enfermedad ha ocasionado 66 mil, 385 muertes).

“Ansiedad, angustia y desesperación”.

En estos días nuestro país y nuestro estado viven su momento más peligroso. El virus se está desarrollando con la rapidez de un rayo. Los gobiernos federal y local están con las pilas bien puestas dando la batalla para amortiguar los efectos nocivos de la enfermedad. Las autoridades sanitarias han tomado el control de la crisis y están recomendando seguir algunas medidas que ayudan a prevenir la propagación.

Sin embargo no toda la población hace caso de éstas recomendaciones y los que obedecen y se han recluido en sus casas empiezan a presentar síntomas de deterioro emocional. La violencia intrafamiliar se han incrementado, el consumo de alcohol y sustancias prohibidas se ha disparado; muchas personas presentan síntomas de ansiedad, depresión, miedo y agresividad.

Este daño colateral debe ser atendido también por nuestro sistema de salud. Si bien es cierto que las autoridades sanitarias se han aplicado con pasión para contar con médicos, enfermeras, hospitales, respiradores mecánicos y pruebas de contagio para atender a los enfermos, la salud mental de la población no está recibiendo la misma atención. El miedo al contagio, el encierro, el ocio, la pérdida del empleo, la muerte de un familiar a causa del coronavirus, la escases de dinero en los bolsillos, la difusión de noticias falsas y el bombardeo de información apocalíptica están provocando la pérdida del equilibrio emocional en miles de mexicanos.

Frente a esta realidad las autoridades de salud deberán fortalecer y ampliar la prestación de servicios de ayuda psicológica a la población. Por su parte los medios de comunicación deben continuar con su labor de informar con objetividad y profesionalismo como hasta ahora lo han hecho en San Luis Potosí.

Mientras superamos la contingencia no nos queda más que resistir y tener valor; hacer caso a las recomendaciones de las autoridades sanitarias; cuidar a nuestra familia, hacer ejercicio, aprender a relajarnos, sumergirnos en lo más denso de nuestra espiritualidad, usar las tecnologías de la información para mantenernos comunicados con familiares y amigos y en caso de una situación extrema acudir a un psicólogo o psiquiatra.

Qué más podemos hacer, nuestras emociones seguirán perturbándose durante varias semanas más.

Caras y caretas.

Sospecha de corrupción, tráfico de influencias y conflicto de intereses en el gobierno de la 4T.

Aprovechando la urgencia que tiene el gobierno federal de contar con ventiladores mecánicos para utilizarlos en hospitales con enfermos de CODIV-19, un hijo del director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, de nombre León Manuel, hizo un gran negocio vendiéndole al IMSS (al doble de su precio normal) varios de estos aparatos. Esto ocurrió en el estado de Hidalgo.

Algo se está pudriendo en el gobierno de la 4T. Podríamos estar ante un caso de corrupción y tráfico de influencias. Se debe investigar por qué se le han adjudicado a este junior de manera directa, sin licitación y sin invitar a otros proveedores contratos por 162 millones de pesos en el IMSS, ISSSTE, Secretaría de la Defensa Nacional y Secretaria de Marina. Estas compras huelen a podrido. ¿No que ya se había acabado la corrupción?

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