Querido presidente:

Cada vez me cuesta más trabajo llamarte así. Has promovido demasiado odio, desprecio y agresión como para seguirte queriendo. Siempre es duro vivir de cara al precepto de Jesús de amar a los enemigos. Muchas víctimas, desde hace 10 años, nos levantamos cada mañana luchando contra nuestro odio para ponernos del lado del perdón que va de la mano de la justicia. Tú, en cambio, te has empeñado en lo contrario : al perdón has opuesto el linchamiento; a la justicia, la venganza; a la amistad, que es contraria a la complicidad, el desprecio y la aversión. Tu lectura del Evangelio ha sido más la del fariseo o la del inquisidor, que la de un hombre que lucha contra sí mismo para ser un digno discípulo del pobre de Nazaret.

Si te lo escribo de manera directa en una nueva carta es porque el 14 de septiembre se cumplieron dos años de los compromisos que estableciste en el Centro Cultural Tlatelolco con las víctimas de esta nación desgarrada , para crear un mecanismo extraordinario de Verdad y Justicia que trazara una ruta correcta hacia la paz.

Al día siguiente no sólo les diste la espalda , sino que, como Calderón, a quien tanto odias y quien tanto te odia –quizá porque en el fondo se parecen demasiado–, y Peña Nieto, reforzaste la presencia del Ejército en las calles y desmantelaste, además, las endebles instituciones que las víctimas creamos como un camino hacia esa justicia necesaria.